Si en el siglo XX el Canal de Panamá marcó la separación del
continente en norte y sur, en el siglo XXI el TPP divide a la región en este y
oeste.
El recientemente firmado Acuerdo Estratégico Transpacífico
de Asociación Económica (TPP) tendrá implicancias determinantes no solo para el
futuro de la economía internacional, sino del orden global.
El riesgo para
América Latina es que esa división se traduzca en diferencias de regionalización
y divergencias de regionalismo.
La primera hace referencia a un proceso de naturaleza más
bien económica, liderado principalmente por actores no estatales comerciales
(compañías) y financieros (bancos y organismos de crédito).
El segundo resalta las dimensiones institucionales y
políticas. Entendida como el proceso creciente de transnacionalización, la
regionalización latinoamericana es la dimensión más directamente impactada por
TPP. En una etapa de capitalismo globalizado organizado alrededor de cadenas de
valor, el TPP introduce alteraciones que impactarán en los patrones de
inserción nacional de cada uno de los países/sectores/eslabones.
Compañías asiáticas y latinoamericanas verán cómo cambiarán
sus costos y beneficios a causa de la nueva estructura institucional y es
esperable un realineamiento de intereses y estrategias a las nuevas
oportunidades y amenazas.
La Alianza del Pacífico (AP) ha sido postulada por políticos
y analistas como una fuerza contraria al Mercado Común del Sur (Mercosur). Ese
nuevo agrupamiento sería pragmático en lo político, abierto en lo comercial,
liberal en lo financiero y más funcional a los intereses de Estados Unidos en
lo geopolítico. El Mercosur, por el contrario, sería un anacronismo estancado
por su populismo ideológico, su defensa del proteccionismo mercantilista y el
recelo de los actores financieros internacionales, aunque a la vez sea el
sostén de un proyecto más autónomo de Washington. Estos dos modelos diferentes
de integración –regionalismo abierto y bilateralismo competitivo– no son
inherentemente incompatibles o antinómicos. De hecho, la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) ha hecho propio el lema «unidad en la
diversidad».
Pero desde una perspectiva de economía política
internacional, el TPP provee una estructura externa de incentivos que favorecen
y fortalecen coaliciones internas de poder con visiones y gestiones de
proyectos de desarrollo nacional que no tienen a la integración latinoamericana
como prioridad estratégica. La integración económica nacional y la integración
económica regional en América Latina tienen que tomar en cuenta los nuevos
límites y oportunidades del TPP con urgencia y profundidad en el análisis.
El incentivo externo del TPP podría generar que tanto
regionalización como regionalismo acaben capturados por intereses y agendas
extra regionales. El TPP ha introducido para América Latina una amenaza
estratégica de largo plazo: la recreación hegemónica. Ya sea intencional o
involuntaria, desde el Norte o hacia el Este. Sin «conciencia de región»,
América Latina perderá espacio de acción internacional y quedará siendo
geopolítica y geoeconómicamente relegada a una posición funcional a diseños más
allá de su opinión y control.
D. Lauric.
Imagen publicada de manifestaciones contra el TPP |
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