Por: Jorge Mansilla Torres
Se cumplen 36 años de un gran crimen contra el pueblo y hay que contarlo de nuevo, para eso se hizo el recuerdo. La memoria nos perdura por el alma que no olvida, aunque dijo un tatacura que es respirar por la herida.
Las armas republicanas mataron a ciento y tantos ciudadanos en las calles por resistir la barbarie que la historia llama Masacre de Todos Santos. Quebraron la democracia que fue arrancada de cuajo a una terrible desgracia de “orden, paz y trabajo”. Voltearon al presidente civil con tanques y aviones, y el alto mando muy macho sentó en el mero Palacio a un narcoronel borracho. Con ese golpe alevoso se diluyó en sangre lo que una asamblea había resuelto jamás, nada menos que en la OEA: apoyar nuestra demanda para retornar al mar.
Salió el pueblo a resistir y resistió hasta el final. Natusch Busch se apellidaba el personaje siniestro. No bastó perderle el miedo, sino también el respeto. Dos semanas duró el diablo ardiendo en su propio infierno. “Su apellido de estornudo”, escribió el padre Espinal en el semanario Aquí. Y la COB, pese a Lechín (que ordenó no resistir), lanzó el paro general. Quince días sin sentarse en la silla, porque el pueblo se mantuvo firme con el puño en alto y la convicción altiva.
Junto al tirano dopado otros diablos exhibieron su conciencia criminal y caminaron, caminan, por la calle Impunidad: Guillermo Bedregal, Fellman, Doria Medina, Larraín, Niño de Guzmán, Edén Castillo, Agapito Monzón, Mena, Argandoña y dos Sandóval Morón… Nadie los juzgó y algunos de ellos aún, por sus grados, cobran su jubilación.
De esa vez, de ese noviembre de tantos muertos sin nombre, traigo unos versos a la memoria de un hombre. Los publiqué en noviembre/79, y mantengo su vigencia porque el recuerdo me mueve:
“Avisen al comandante, vayan a brindar con él una ronda de singani —¡es sórden, mi coronel!—, ha muerto Jaime Mamani, duro hueso de roer, baleado el 3 de noviembre recién hoy pudo caer. Se terminó la agonía de aquel oscuro albañil, que luchó 26 días por no dejarse morir y que murió finalmente para honor del coronel, que le disparó en el vientre el 3 al anochecer.
Mamani pudo arrastrarse y llegar a un hospital en terco afán de fugarse de la muerte militar. Hizo frente a la agonía, resistió la ley marcial, sostuvo desesperado su pulso de vendaval. Junto a su esposa María se burló del coronel, juró que no moriría sin destruir el cuartel —hormigón de barricada, cimiento de rebelión, piedra blanca esperanzada, cal viva del corazón.
Albañil Jaime Mamani, 23 años de edad, un hijo y una mujer, un salario semanal, un cuartucho en alquiler…ése es todo su historial. Avisen al comandante, ya nada debe temer, ya puede bajar del tanque, ya tiene un nuevo laurel. Ha muerto Jaime Mamani, duro hueso de roer. Una ronda de singani a su salud, coronel.”
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